Comentario
La invención de la imprenta hacia 1450 jugó un papel primordial en la difusión de las ideas humanistas, pues hizo posible la reproducción de libros en forma mecánica. La primeras imprentas comenzaron a funcionar entre 1455 y 1500 en Maguncia y Estrasburgo. Dos tipógrafos alemanes, Sweynheim y Pannartz, introdujeron la imprenta en Italia, y hacia 1465 ya se conocían talleres en Subiaco, y pocos años más tarde se instalaron en Roma y Venecia. Antes de finalizar el siglo, las más importantes bibliotecas de Nápoles, Mantua, Ferrara y el Vaticano, sin dejar de utilizar copistas o scriptores, fueron admitiendo libros impresos. Los dueños de las imprentas eran, por lo general, humanistas que convertían frecuentemente sus talleres en centros de reunión, a modo de academias, en los cuales se establecían contactos entre autores y eruditos, se comentaban y se preparaban ediciones de textos clásicos. Se estima que a partir de 1480 la copia manuscrita es vencida definitivamente por el libro impreso, se multiplicaron tanto los títulos y las ediciones de textos clásicos en lengua original o traducidos a lenguas vulgares, como los manuales, gramáticas y libros de ciencia y filosofía de los propios humanistas. Precisamente, el mayor éxito editorial de un escritor contemporáneo a la revolución de la imprenta correspondió a Erasmo, cuyos "Adagios y Coloquios" conocieron más de 60 ediciones cada uno entre 1500 y 1525.
La expansión y la difusión de las ideas se produjo también gracias a los contactos epistolares y académicos que se establecieron entre los propios humanistas. Eso dio lugar a la aparición de diversos humanismos, de los que luego escribiremos, o de corrientes específicas dentro del tronco común. Se distinguen, en este sentido, tres tipos de humanismos: uno filológico y literario, atento al estudio de los textos antiguos, de raíz italiana (florentina y veneciana), pero muy presente en Francia (en París y Lyon). Existe un segundo Humanismo, flamenco, inglés y renano, que sin ignorar la erudición y la creación literaria, se orienta fundamentalmente a la renovación del Cristianismo utilizando como fuentes de inspiración a los clásicos. La tercera variante, cuyos centros más representativos eran Nuremberg, Padua o Cracovia, detiene su atención en la elaboración de una ciencia que sirva al hombre para dominar la Naturaleza.
Los valores y las ideas del Humanismo se extendieron también por toda Europa gracias a la adaptación de las universidades medievales a las nuevas realidades. La vieja opinión de que las instituciones de enseñanza fueron un obstáculo para la difusión de las ideas laicistas e individualistas de la nueva cultura ha sido sustituida por otra bien distinta, más acorde con los hechos: algunas universidades, como Padua, Bolonia, Florencia, Roma (La Sapienza), Viena, Erfurt, Basilea, Lovaina, Salamanca o Alcalá de Henares, abrieron sus puertas a los humanistas y con ellos a la resurrección de los clásicos, convirtiéndose en semilleros de adeptos a las nuevas ideas. Estas universidades, además, lograron modificar los valores pedagógicos y sirvieron a los deseos de los nuevos Estados y las burguesías interesadas en una enseñanza utilitarista, orientada hacia la vida laica y no hacia la formación exclusiva de teólogos. Todas ellas contaron entre su profesorado a los primeros humanistas y en todas ellas se enseñaron sin interrupción los "studia humanitatis". En la "Sapienza" de Roma existían a finales del siglo XV cátedras de astronomía, matemáticas e historia. En Erfurt se enseñaba griego, hebreo, poética y elocuencia. La universidad de Lovaina, fundada en el primer cuarto del siglo XV, acogió bien pronto las ideas y los métodos pedagógicos de los humanistas, y entre 1490 y 1520 pasan por ella figuras tan prestigiosas ya en su tiempo como Erasmo de Rotterdam, Adriano Floriszoon, Luis Vives y otros.